Capítulo 5: Luz


Puedes suscribirte a Buscando Una Luz en Podium Podcast, Spotify, Apple Podcasts, iVoox, o en tu reproductor de podcasts favorito.


Guión del Capítulo 5 – Luz:

Nací el 3 de septiembre de 1985. Termino de contar esta historia el día 3 de julio de 2020. Si no me equivoco, tengo 34 años. 34 añazos ya, qué mayor.

(Viajamos a mi cuarto cumpleaños, en 1989. Mi familia me dice: «Mira hacia la luz, hacia la luz. Hacia la ventana. Javierete, tienes que mirar por el agujero y darle vueltas así, y se ven unas cosas preciosas. De colores. Mira, así, así…»)

Eso es lo que les decimos a los niños cuando les preguntamos cuántos años tienen, ¿no? ¡3 años ya, qué mayor! ¡8 años, qué mayor! Sirve para todas las edades.

Cuando yo era pequeño, no me preguntéis por qué, pensaba que mis padres tenían 40 años. Como una edad invariable, inmutable, eterna. 40 años, los dos, porque nacieron el mismo año. Igual que tres de mis abuelos, que para mí tenían 65 años, mientras que el otro, algo mayor, ya contaba 70. Lo pensé así durante años, hasta que me di cuenta de que los números, en realidad, eran bastante más altos. Creo que así aprendí que el tiempo pasa para todos. Para mí también.

(Salimos a la calle.)

34 añazos ya, qué mayor. El 3 de septiembre de 1985, cuando nací, mis padres tenían ambos 31 años. Eso quiere decir… Que ya voy tarde para lo de ser padre. En este julio de 2020, mi madre cumple 66. Está deseando que mis hermanas o yo, por fin, la hagamos abuela. Mi padre, Javier, ya tiene los 66. Y a él también le va tocando pasar de padre a abuelo.

(Escuchamos la sintonía del podcast.)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y estoy Buscando Una Luz.

(La sintonía termina.)

La sala de espera de una consulta médica es un sitio que no gusta a casi nadie.

(Escuchamos música en una radio, de fondo.)

Esa radio con música que jamás elegirías escuchar…

(Pasamos página a una revista.)

Esas revistas de hace meses con cosas que no te importan…

(Alguien tose.)

En general, es un sitio al que vamos por obligación, no por gusto. La sala de espera de la UCI es diferente. No suena nada de todo esto.

(Desaparece el ambiente.)

Suena así.

(Escuchamos una máquina de venta automática muy de fondo.)

Es un lugar amplio, frío, vacío. Junto a mí apenas hay unas pocas personas calladas bajo un gran cartel de “silencio”. Resuena el silencio de las preocupaciones de todas ellas, pensando en sus familiares ingresados en el hospital, y la pregunta callada de a qué hora nos dejarán entrar a verles. Y de fondo, una máquina de bebidas en la que nadie compra nada.

(Pasamos a la UCI. Escuchamos un respirador.)

La UCI cada vez está más vacía. Atrás quedan los peores días de la pandemia, en los que tuvieron que poner a los enfermos en cualquier sitio disponible: A falta de camas, buenas eran las camillas. Y a falta de camillas, cualquier hueco en el suelo, según nos contaba un enfermero. Ahora se respira tranquilidad. El horario de visitas vuelve a la vieja normalidad: Una hora por la mañana y otra por la tarde, con un parte médico presencial diario. Y no sabéis cómo se agradece poder estar allí.

Por fortuna, mi padre empieza a mejorar muy lentamente. Los médicos nos dicen que, aún estando inconsciente, es importante hablarle, decirle cosas, aunque sea a través del móvil…

Y, esto no podía faltar, nos dicen que le pongamos música.

(Escuchamos la canción «I Walk The Line», de Johnny Cash.)

El destino es caprichoso y el calendario puede ser un poco cruel. En los más de dos meses de estancia de mi padre en el hospital, ha coincidido todo esto:

Domingo 3 de mayo. Día de la Madre. Mi padre llevaba ya 39 días en el hospital.

(Nota de voz de mi madre: «Hola gordito, ¿qué tal has pasado la noche? (Un perro ladra.) Esta noche voy a ir a verte. (El perro vuelve a ladrar.) Marly te manda saludos. Hasta luego.)

Sábado 16 de mayo. Cumpleaños de Patricia, la mayor de mis 3 hermanas. 52 días de hospital.

(Nota de voz de Patricia: «Papá, por favor, ayúdame con esta panda de locos. Venga, tienes que venirte y ayudarme. Ya te llevaré buen chuletón.»)

Sábado 30 de mayo. Cumpleaños de mi hermana mediana. Embarazada a sus 31 años, la misma edad en que mis padres me tuvieron a mí. 66 días de hospital.

(Nota de voz de mi hermana, cantando: «Papá levanta, tira de la manda. Papá levanta, o te doy un coscorrón.»)

Lunes 8 de junio. Aniversario de boda de mis padres. 36 años casados. 75 días de hospital.

Jueves 11 de junio. Cumpleaños de Georgina, mi hermana pequeña. 78 días de hospital.

(Nota de voz de Georgina: «Hola, dadito, gordito, papiondo, ¡papuchi!»)

(Desaparece la música.)

¿Cómo se celebran estas fechas en una situación así? Pues mal, claro. Como se puede. Tirando de videoconferencias, regalos por mensajero y la indescriptible sensación de que, a pesar de ser días especiales, no hay absolutamente nada que celebrar. Se trata, realmente, de estar juntos en la distancia.

(Escuchamos música.)

El jueves 19 de marzo fue el Día del Padre. Una semana antes de su ingreso en el hospital. Viendo los periodos de incubación del coronavirus que ahora conocemos, seguramente él ya estaba contagiado. Los síntomas comenzaron unos días más tarde. Además, en aquellos días pensábamos que el confinamiento duraría 2 semanas, a lo sumo un mes. Que ya lo celebraríamos todos juntos cuando pudiéramos salir.

(Intento de arranque de moto.)

Él sólo nos dijo dos cosas: Que lo iba a celebrar con un vinito…

(Intento de arranque de moto.)

Y que tenía mono de montar en moto.

(El motor responde pero no termina de arrancar.)

Creo que nadie se ha preocupado de mirar sus motos en todo este tiempo. Da igual, ahora es lo de menos. Ya las mirará él cuando vuelva.

Porque sí, parece que va a volver. El jueves 4 de junio de 2020 es un día especial para nosotros. El día en que mi padre empezó a despertar.

(La moto por fin arranca y se marcha.)

(Escuchamos música por debajo.)

Lo hizo poco a poco, como ocurren todas las novedades en su situación. Por la mañana de aquel día, su enfermera entró a la habitación y, como cada jornada, le saludó: “Hola, Javier”. La sorpresa fue recibir respuesta. Un breve y silencioso “Hola” que, por fin, mostraba que mi padre seguía ahí.

El despertar de los pacientes que llevan más de dos meses sedados, como mi padre, es un proceso lento y complicado. La retirada del sedante, un derivado de la morfina, se realiza de forma progresiva, lo que hace que los pacientes vayan recuperando la conciencia poco a poco, y que desarrollen un síndrome de abstinencia que les lleva a tener delirios durante cierto tiempo. Además, las personas que tienen una traqueotomía, como mi padre, no pueden emitir sonidos por la boca porque el aire de los pulmones no atraviesa las cuerdas vocales. Su “hola”, por lo tanto, no sonó. Sólo movió los labios. Pero, para nosotros, fue un estruendo.

(La música termina.)

En esa mañana del jueves 4 de junio, mi madre fue a visitarle como cada día. Al enterarse de que había despertado, abrió los ojos de mi padre junto a una enfermera, subiendo los párpados con sus propias manos. Él todavía no tenía fuerza para hacerlo por sí mismo. Y, por fortuna, su mirada volvía a mostrar vida. Los ojos de mi padre se fijaron en mi madre. Sabía quién estaba allí con él.

La enfermera le preguntó “¿quién es?».

Y mi padre movió los labios: “Mi mujer”.

“¿Y cómo se llama?”, le preguntaron.

Su respuesta: “Luz”.

(La palabra «Luz» se funde con el sonido de un bebé llorando.)

Luz es el nombre de mi madre. Luz era el nombre de mi abuela, que nos dejó hace unos años. Luz es el nombre de mi hermana mediana, que como os conté al principio de esta historia, está embarazada. Y desde el martes 9 de junio de 2020, Luz es el nombre de su primera hija. De mi primera sobrina. De la primera nieta de mis padres.

(Escuchamos a mi madre cogiendo a su nieta por primera vez: «Qué gustito da. Es que se olvida cuando… ¡Que la última fue hace 28 años! Es una preciosidad. ¡Qué naricita!»)

Ya estamos todos. Luz, recién nacida, y mi padre vuelto a nacer. Hoy, 3 de julio de 2020, cumple 100 días en el hospital. Todavía falta mucho tiempo para que ambos puedan entender todo lo que hemos pasado. Todo lo que han pasado. Para eso, para ellos, queda este relato. Este podcast.

(Escuchamos la canción «You Get What You Give», de New Radicals.)

Hace tiempo descubrí que cuando estoy nervioso, ya lo sabéis, tiendo a canturrear. A refugiarme en la música. Y cuando estoy contento, también. Esta es la canción favorita de mi novia, de Cris. La que seguro sonará el día en que nos casemos. Es algo que todavía no me he planteado, la verdad, pero supongo que acabará llegando.

Esta canción es de un grupo llamado New Radicals y se llama “You Get What You Give”. Y quiero destacar una parte de la letra que me encanta.

(Escuchamos la canción: «But when the night is falling…», y traduzco por encima.)

“Cuando la noche está cayendo,
no puedes encontrar la luz,
y sientes que tus sueños están muriendo,
aguanta, tienes la música en ti.

(Continúa la canción: «Don’t let go / You’ve got the music in you…», y vuelvo a traducir.)

“No te dejes ir, tienes la música en ti,
un baile más, el mundo se va a recuperar,
no te rindas, tienes una razón por la que vivir,
y no olvides, que sólo recibimos lo que damos”.

(La música continúa.)

Tras una noche tan larga, nosotros hemos encontrado nuestra pequeña Luz. Ahora tenemos que ayudarla a crecer, a cantar, a bailar, a descubrir el maravilloso mundo que le rodea. A la maravillosa gente que formará parte de su vida. Entre ellos, su abuelo, mi padre, que ha luchado todo lo posible y lo imposible para estar junto a ella. Para hablarle de velas japonesas, de rodapiés, de música country, de motos y de todo lo que esté por llegar. Que será mucho, seguro.

(La música continúa: «You’ve got the music in you.»)

Mi primera sobrina. Luz. Y pensar que hace nada yo era el niño que no sabía la edad de sus padres y abuelos. La verdad, no sé si algún día seré padre. Aunque ya me va tocando. 34 añazos ya, qué mayor. Lo que sí tengo claro es que si alguna vez tengo un hijo, se llamará Javier. No Francisco Javier, Javier. A secas. Para que no haya confusiones. Javier. Como el mejor padre del mundo. Como mi padre.

(Fran: «A ver, papá. Ahora que puedes hablar, ¿qué le quieres decir a la gente con tus primeras palabras?
Javier: «Nada, no desesperéis. ¡Esto es la hostia! ¡La bomba!»
Fran: «¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando salgas del hospital?»
Javier: «Darle un beso a Nena Nena Luz, y una fiesta espléndida de la leche.»
Fran: «¿Y qué le dices a mamá y a las niñas?»
Javier: «Eh… Que hay que luchar. Hasta el final.»)

No puedo hacer más que dar las gracias a todo el personal del Hospital de la Princesa de Madrid, especialmente a los trabajadores de su Unidad de Cuidados Intensivos, porque le han salvado la vida a mi padre, le han tratado espectacularmente bien durante todo este tiempo, y han tenido un tacto y una atención maravillosas con nosotros. Mi homenaje, nuestro homenaje, a ellos y a todos sus compañeros de tantos y tantos centros sanitarios que han dado todo para salvar incontables vidas durante los últimos meses.

Hay decenas de miles de familias en España, muchas más en el resto del mundo, que no han tenido el mismo final feliz que yo he podido contar en este último episodio del podcast. Para todas ellas nuestro abrazo y nuestro cariño en la distancia. Y para todos, un mensaje muy importante: Frenar el coronavirus es tarea de todos. Ponerse la mascarilla y guardar la distancia de seguridad es la diferencia entre transmitir el virus, o no hacerlo. Quizá tú no desarrolles síntomas, pero se lo acabes pasando a otra persona que sí lo haga. Puede ser un desconocido, un amigo, un hermano, o tu propio padre. Puede que no le pase nada, que apenas sea una gripe, o que pase más de 100 días en el hospital, como el mío. Puede también que no salga con vida. Es tu decisión. Es tu responsabilidad.

Y quiero acordarme también de toda la gente que está sufriendo las consecuencias de la pandemia y de la crisis económica que ha generado. Todos los ingresos que obtengamos con este podcast irán donados a Cruz Roja Española. Pero además, si todos los que escuchemos estos episodios enviamos un SMS con la palabra AYUDA al 28092, contribuiremos a echar una mano a quien lo necesita mediante una donación de 1.20 euros. Al igual que ponerse la mascarilla, es un pequeño gesto individual que, entre todos, puede hacer algo muy grande.

(La música termina.)

Buscando Una Luz está diseñado y editado por Alberto Espinosa, gracias por todo, y escrito y locutado por mí, Francisco Izuzquiza. Gracias a todos por escuchar esta historia. Gracias por escuchar nuestra historia.