Capítulo 3: UCI


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Guión del Capítulo 3 – UCI:

Cuando mis padres compraron su nueva casa, mi padre, Javier, se guardó un espacio para él. Él lo llama “despacho”, aunque es más bien una mesa y una estantería en la esquina de un salón.

(De fondo suena un tecleo de ordenador y una impresora.)

Puedes encontrarle ahí a cualquier hora del día. Bien sea trabajando, por la mañana o por la noche…

…Bien estudiando gráficos de la evolución de la Bolsa y no sé qué historias de las velas japonesas que nunca conseguí entender…

…O bien jugando a algún videojuego, como uno de submarinos que le enganchó por completo hace unos años.

(Empieza a sonar música y el radar de un submarino.)

Un apasionante juego que consiste en navegar durante horas por mares y océanos virtuales hasta encontrar a tu objetivo y ver quién derriba a quién de un torpedazo.

(De fondo suena el impacto de un torpedo.)

Es la misma emoción que observar cómo crece una planta.

(La música desaparece.)

Pero a él le gusta. Él lo disfruta. Son sus grandes aficiones en el rincón que hizo suyo y que se ha convertido en su pequeño universo, con su orden y sus reglas. Y que lleva insoportablemente vacío desde el día en que le llevaron al hospital.

(Suena la sintonía del podcast.)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y estoy Buscando Una Luz.

(La sintonía termina.)

Con mi padre sedado, en coma inducido, ya no tiene sentido que el móvil que nos comunicaba con él siguiente en el hospital. Total, ya no puede utilizarlo. Y nuestro modo de vida actual lo ha convertido, al móvil, en el centro de nuestra existencia social. Con él nos comunicamos, con él accedemos al banco, a él llegan todos los avisos y notificaciones que aseguran nuestra identidad en Internet.

Nos hacía falta su móvil para ocuparnos de sus cosas. Con el permiso y la ayuda de los médicos, siempre los benditos médicos, volví al hospital para recuperarlo.

(Escuchamos ambiente de calle y unos pasos que entran en un edificio donde se escucha gente hablar.)

La recepción del hospital es un gran hall que habitualmente está lleno de personas que van y vienen de un departamento a otro. Pero en esta ocasión… No hay absolutamente nadie.

(El ambiente de fondo desaparece. Sólo se escuchan los pasos en una sala vacía.)

Nadie. Impresiona, realmente. Nadie en el pasillo que lleva a los ascensores. Nadie esperando ni a subir ni bajar.

(Se abren las puertas de un ascensor.)

En el ascensor, de nuevo, nadie.

(Se cierran las puertas y el ascensor comienza a subir.)

Me dirijo a la segunda UCI del hospital, montada provisionalmente por la gran cantidad de enfermos de coronavirus que hay ingresados allí. En mi cabeza me imaginaba a mí mismo como una pequeña Caperucita caminando alegremente hacia la boca del virus, hacia la boca del lobo.

Mascarilla y guantes perfectamente en orden. Gafas perfectamente empañadas. Bueno, algún precio hay que pagar. Ya estamos llegando.

(El ascensor se para y se abren las puertas.)

Todo el cuidado del mundo es poco a la hora de acercarme a la puerta de la UCI. No toques nada. Ten cuidado. Supongo que la situación será parecida a la que viví en Urgencias hace unos días, así que lo único que quiero es irme de aquí lo más rápido posible. Y sin embargo…

(Se escucha gente hablando de fondo.)

Frente a mí tengo a un grupo de médicos y enfermeros charlando animadamente entre ellos, con algunas risas y algunas bromas.

(Se escucha alguna risa de fondo, teléfonos sonando y personas trabajando.)

Nada que ver con el apocalipsis que nos cuentan cada minuto en medios de comunicación y redes sociales. La imagen choca al principio. Pero rápidamente entiendes que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación. Y que la risa y el buen humor no solucionan nada, pero nos ayudan a vivir mejor.

Resoplo de alivio bajo la mascarilla. Las gafas se me empañan ya por completo. Necesito una solución para esto, de verdad.

(Una pequeña pausa.)

(Suena música.)

Una curiosidad: Con la llegada de mi padre a la UCI, nos enteramos de que le estaban cuidado con especial cariño porque pensaron, vete tú a saber por qué, que es médico. Médico de familia, concretamente. Y más allá de que no hay quien entienda su letra, mi padre no tiene ninguna relación con la medicina. De hecho, no le gusta nada ir al médico. Su gran miedo en toda esta situación era acabar en IFEMA. Ojalá hubiera acabado en IFEMA, la verdad.

(La música termina.)

Con su móvil ya en nuestro poder, el siguiente paso es consultar sus papeles y su ordenador para ponernos al día de lo que había hecho en su trabajo y lo que le quedaba por hacer.

(Se escucha movimiento de papeles de fondo.)

Porque nadie se encarga de echar una mano a los autónomos en situaciones como esta.

(Nota de voz de mi hermana Patricia: «Ha llegado cobro en cuenta de las facturas que te mandé el otro día… Pero vamos, que el otro día te mandé las facturas que enviaron las empresas…»)

Así que sólo nos queda la opción de hacerlo nosotros mismos. Y a los autónomos nos viene muy mal que caiga una pandemia mundial a final de trimestre. Así que, nada, veamos, declaración del IVA trimestral de autónomo…

(Efecto de error de Windows.)

No está hecha. Declaración del IVA trimestral de la empresa…

(Efecto de error de Windows.)

Tampoco está hecha. Emisión de sus facturas como autónomo…

(Efecto de error de Windows.)

Madre de Dios. Emisión de facturas y recibos de la empresa…

(Efecto de error de Windows.)

Hablar con sus inquilinos para ver si necesitan aplazar o cancelar su alquiler…

(Efecto de error de Windows.)

Declaración de la Renta, que estamos en plena campaña…

(Escuchamos una alarma.)

Nada de nada de nada. Esto es mucho trabajo, la verdad. Necesito ayuda.

Y aquí quiero decir algo: Se han dicho muchas cosas malas de la gente, en general, durante esta situación. Irresponsables, insolidarios, inconscientes… De todo. Pues yo tengo que decir que todo el mundo al que hemos pedido ayuda en esta situación, ha dado lo pedido y más. Quizá no somos tan malos como a veces queremos creer. Quizá tenemos que mirar el mundo con mejores ojos.

(Se escucha un respirador y el pitido de un cardiógrafo.)

Una situación como ésta te hace experto a la fuerza en muchas cosas. En entender la letra de médico de mi padre, en comprender cómo una persona organiza los archivos de su ordenador de una forma totalmente distinta a la tuya, y en muchos términos médicos de los que antes no habías oído hablar. Como que ventilador y respirador es lo mismo, pero que los hay invasivos y no invasivos. Que si te intuban te duermen, te sedan, te ponen en coma inducido. Y que si pasas mucho tiempo intubado, te acaban haciendo una traqueotomía.

(El ritmo del cardiógrafo aumenta.)

No, tranquilos, suena más espectacular que lo que realmente es. Aunque impacta mucho, la verdad.

(El cardiógrafo vuelve a la normalidad.)

Que una broncoscopia es la observación y limpieza del sistema respiratorio. Que la diálisis puede servir en estos casos para limpiar la carga del virus en sangre. Y no sólo para eso, porque el coronavirus no sólo ataca los pulmones, sino también los riñones, que dejan de funcionar. Que es común coger infecciones hospitalarias en la UCI. Por el tubo del respirador, por alguna vía, por un catéter. Con bacterias de varios tipos, con hongos. Y que el coronavirus puede dejar de ser el primer motivo de preocupación cuando se junta todo lo que acabo de contar.

(Dejamos de escuchar los sonidos de fondo.)

Y todo eso te lo cuentan… por teléfono.

(Escuchamos un ring de teléfono.)

Una vez al día. Cinco minutos. Sin horario fijo. Es todo lo que sabes del enfermo.

(Comienza a sonar un zumbido de fondo.)

Al colgar, toca esperar hasta la jornada siguiente sin tener ninguna noticia más. A pesar de saber esto, vives pendiente de posibles llamadas veinticuatro horas al día. Y no quieres que el teléfono suene, porque sabes que sólo lo hará si hay algo malo que contar. Así un día tras otro. Un día tras otro. Un día tras otro. Un día tras otro. Un día tras otro…

(El zumbido se come las palabras y desaparece.)

Una semana tras otra. Ya no sé cuánto tiempo lleva mi padre en el hospital. Ya no sé cuánto llevamos sin hablar sin él. Tengo que mirar el calendario frecuentemente porque pierdo la cuenta.

(Escuchamos a Pedro Sánchez: «Mañana mismo me propongo transmitir la propuesta del Gobierno de extender el Estado de Alarma durante un nuevo periodo de quince días…»)

Un pensamiento cruza mi cabeza: Si mañana mi padre muriese en esta situación, mi rutina no va a ser diferente a la de ayer. No puedo verle, no puedo acompañarle, no puedo tenerle frente a mí aunque sólo sea para ver cómo está. Es un enfermo real, pero para nosotros es algo virtual. Sería una muerte virtual, a distancia. Así sería la muerte de mi padre.

(Una pausa.)

(Comienza a sonar de fondo «100 Years From Now», de Theo Katzman.)

Hace tiempo descubrí que cuando estoy nervioso tiendo a canturrear. A refugiarme en la música. Y en esta situación he descubierto un cantante que me está ayudando a pasar los peores ratos.

(La canción suena en primer plano: «One hundred years from now / No one will care about / Anything you ever did…»)

Se llama Theo Katzman y me gustan sus videoclips porque todos están grabados en un estudio que parece una casa, un piso normal, y él está sentado con su guitarra en un rincón, cantando sus canciones. Como si jugase a los submarinos en la mesa de su despacho. Una de sus canciones me ha llamado especialmente la atención.

(La canción suena en primer plano y comienzo a traducir.)

“Hace un par de años, mi amigo se fue de vacaciones.
Treinta días de silencio, intentó meditar en algún lugar en el sudeste de Asia, creo que Tailandia.
Da igual. Me enseñó fotos de su cámara,
y escrito en la pared del templo donde estuvo sentado
ponía “relájate un poco” y después un hecho básico.
Me hizo reír en alto, tan profundo y a la vez tan simple.
Decía “De aquí a cien años, recuerda: Todo gente nueva.”

(La música continúa: «So just get over you / Get over you / Get over you.»)

Ahí fuera hay gente que lo está pasando realmente mal, y podemos ayudarles con el sencillo gesto de enviar un SMS con la palabra AYUDA al 28092,. Así donaremos 1.20 euros a Cruz Roja Española. Un pequeño gesto que puede conseguir algo muy grande.

(La canción termina.)

Buscando Una Luz está diseñado y editado por Alberto Espinosa, y escrito y locutado por mí, Francisco Izuzquiza. Una vez más, gracias por escuchar esta historia.