Capítulo 4: Desescalada


Puedes suscribirte a Buscando Una Luz en Podium Podcast, Spotify, Apple Podcasts, iVoox, o en tu reproductor de podcasts favorito.


Guión del Capítulo 4 – Desescalada:

Mi padre, Javier, nunca deja de sorprenderme. Cuando se cansó de viajar por los océanos pixelados de su videojuego de submarinos, desempolvó sus viejas Honda y Montesa y recuperó su pasión de juventud: Montar en moto. ¿Sabíais vosotros de esta afición? ¿No, verdad? Pues yo entonces tampoco.

(Escuchamos música tranquila y una moto de fondo.)

Y así, a lomos de sus corceles volvió a surcar los caminos de Castilla, recorriendo cada paraje y descubriendo cada rincón.

Pero sus vetustas monturas pronto quedaron pequeñas. Comenzó a navegar en webs y en foros del ramo, y tras hacer nuevos amigos por Internet – porque mi padre nunca ha tenido problema en hacer amigos en cuestión de minutos – decidió cuál sería su siguiente paso: Una Yamaha 600 de segunda mano.

(Escuchamos música rock.)

Pero os contaré un secreto: A mi padre le da mucho respeto su propia moto.

(Una moto pasa y se lleva la música con ella.)

Porque es muy grande, es muy potente, es muy rápida. Y él siempre ha sido de ir despacito y disfrutar del paisaje.

(Escuchamos música country.)

Sus amigos le llaman “reportero Izuzquiza” porque siempre tiene la cámara en mano para inmortalizar lugares, personas y todo tipo de curiosidades. No hay quedada que mi padre no retrate de principio a final en su móvil.

Es curioso. Siempre me han dicho desde pequeño que me parezco mucho a mi padre. A Javier. Al reportero Izuzquiza. Supongo que de tal palo, tal astilla.

(Escuchamos la sintonía del podcast.)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y estoy Buscando Una Luz.

(La sintonía termina.)

Cuando ya nos olvidamos del pico y la curva, y contando más de 25.000 fallecidos por coronavirus en España, un nuevo término apareció en nuestras vidas.

(Escuchamos tres veces «La desescalada.»)

La desescalada. El camino hacia otro concepto que tampoco conocíamos, llamado…

(Escuchamos «La nueva normalidad».)

…al que nos dirigíamos en un periodo estimado de seis a ocho semanas, entre principios de mayo y finales de junio de 2020. Todo ello iniciaba un proceso que, la verdad, nunca entendimos bien del todo.

(Escuchamos música mientras Pedro Sánchez enumera las fases de la desescalada: «La primera fase, o fase cero, es la preparación de la transición o de la desescalada.» «La fase uno, o fase inicial, se permitirá…» «La fase dos es la fase intermedia.» «La fase tercera es la fase avanzada. Se flexibilizará la movilidad general, si bien…»)

Si algo les ha faltado a los políticos en esta crisis, es comunicación.

(La música termina.)

Es curioso cómo se organizan las familias en tiempos difíciles precisamente para eso: Para comunicar.

(Escuchamos música, un piano.)

En nuestro caso, el engranaje estaba claro. Mi madre recibía cada día la llamada del hospital con el parte médico actualizado.

(Escuchamos el tecleo de un móvil.)

En ese momento, resumía lo que le habían contado en unas líneas de Whatsapp que empezaba a enviar a una primera línea de contactos cercanos.

(Suenan mensajes de Whatsapp.)

A partir de ahí, los que estábamos en esa primera línea nos ocupábamos de contar y explicar su mensaje a un segundo grupo. En mi caso, a dos de mis hermanas, a mis primos y a algunos conocidos más. Así, día tras día.

(La música termina.)

La evolución de los pacientes de coronavirus, en algunos casos, es desesperantemente lenta. Tanto, que aquellos que consiguen salir después de mucho tiempo lo hacen entre aplausos de los sanitarios que les han cuidado.

(Suenan los aplausos de la salida de un paciente de la UCI.)

Y mientras, el resto del país ovaciona de vuelta, cada tarde a las ocho, a los trabajadores que están combatiendo la pandemia.

(Suenan los aplausos de la ciudadanía a los sanitarios.)

A muchos nos gustaría pensar que de toda esta desgracia podemos salir de otra manera. Mejores, quizá. Y nos sorprende ver que incluso los políticos son capaces de aplaudir, por una vez, de forma unánime.

(Escuchamos a Meritxell Batet, Presidenta del Congreso: «Como en otros plenos, les pido que nos sumemos al reconocimiento a los profesionales del ámbito sanitario.» Los diputados aplauden.)

Los días se amontonan unos sobre otros. Son todos iguales.

(Empezamos a escuchar lluvia, de fondo.)

No sabemos si es lunes, miércoles o domingo. Nuestras casas son nuestras casas, nuestras oficinas, nuestros gimnasios y nuestros lugares de ocio.

(Comienza a formarse una tormenta.)

Ya no sé cuántos días lleva mi padre en el hospital. Va camino de cincuenta. O lleva ya cincuenta, no lo sé. He perdido la cuenta ya. Hay días mejores y días peores. Para todos. También para él. El cansancio se empieza a notar. Los aplausos, los ánimos, se convierten en ruido.

(Escuchamos una cacerolada de protesta y gritos de «Gobierno dimisión», «Asesinos».)

En caceroladas. En manifestaciones.

(Escuchamos una manifestación con cacerolada y gritos de «Libertad».)

(Cada vez se oyen más truenos y más lluvia.)

Los buenos sentimientos dejan paso a la rabia. Al enfrentamiento. Y nuestros políticos, por si alguien lo dudaba, vuelven a demostrar que no están a la altura de la situación.

(Escuchamos a Pedro Sánchez: «Señor Casado, reflexione sobre lo siguiente: Si Usted habla como Vox, actúa como Vox y vota lo que Vox, podemos inferir todos los que estamos aquí que si no es lo mismo, empieza a parecer lo mismo que la ultraderecha.» / A Pablo Casado: «Señor Sánchez, hasta aquí hemos llegado. Le hemos apoyado dos meses para salvar vidas, pero no le volveremos a apoyar para arruinar España por tercera vez.» / A Cayetana Álvares de Toledo: «Usted es el hijo de un terrorista. A esa aristocracia pertenece Usted. A la del crimen político.» / A Pablo Iglesias: «Se pueden imaginar la opinión que tengo yo del señor Espinosa de los Monteros o del señor Abascal. Pero les han votado muchos ciudadanos españoles, y aunque a veces parezca que más quieren dar un golpe de Estado que proteger la democracia española…» / A Iván Espinosa de los Monteros: «Esto es impresionante, lo más parecido que yo vi a esto es cuando ganamos la Copa del Mundo. Gente por las calles, con alegría, cívicamente, expresando con toda alegría su derecho a protestar.»)

Las cosas se complican.

(Un último trueno fuerte).

En todos los sentidos.

(Escuchamos una nota de voz de mi hermana Patricia: «Javier, te mandará mamá el parte oficial, pero… Nada, es para contarte. No sé si ella te lo dirá, no sé si hablarás con ella hoy, pero… Estaba llorando cuando ha acabado de hablar con los médicos, porque le han dicho que tiene tal daño pulmonar que no saben si va a salir, y que le ponen boca arriba y empeora, que tiene que estar siempre boca abajo. Así que nada, luego llámala porque… Bueno, no sé si querrá hablar, la verdad, porque ya te digo que estaba medio llorando cuando se lo han dicho y eso, ¿vale? Pero vamos, que aparte del parte oficial, que… Que eso. Que está jodida la cosa porque es la primera vez que llora después de estos sesenta días, o cincuenta, o los que coño sean ya. ¿Vale?»)

(Escuchamos ambiente de UCI: El pitido de un cardiógrafo, los médicos hablando de fondo.)

El ruido, los gritos, no llegan hasta las habitaciones de la UCI. La situación es, de hecho, mucho más tranquila que las otras veces en las que vine al hospital. Podríamos decir que reina la paz. Por cierto, ese típico sonido de medidor de frecuencia cardiaca que tantas veces hemos escuchado en las películas… Al menos, en este hospital, no sonaba.

(El cardiógrafo pita y para.)

El sonido que más llama la atención es del respirador a pleno funcionamiento.

(Escuchamos un respirador.)

El viernes 22 de mayo los médicos, los benditos médicos, nos permiten ver a mi padre. Curiosamente, ha dado negativo en coronavirus. Pero hace tiempo que es lo que menos preocupa. Su estado es crítico. Una nueva infección, la quinta ya, ha colapsado uno de sus pulmones, ha afectado al otro y a los riñones también. Y el corazón empieza a sufrir por la situación general. Según palabras de la doctora que le atiende, en su estado cualquier pequeño problema se convierte en un mundo.

Como podéis imaginar, la imagen que mi madre y yo tenemos delante impacta. Impacta mucho. En la habitación de al lado, una chica llora viendo la situación de su familiar. Nosotros conseguimos aguantar las lágrimas, aunque no será por falta de ganas de llorar. No puedo evitar pensar que si mi padre está vivo es porque los médicos están haciendo milagros. Y no soy creyente. Sé que es ciencia, que es medicina, pero para mí es eso: Un milagro.

(Escuchamos música.)

Nuestra estancia allí dura aproximadamente una hora. Los médicos y enfermeras nos informan, nos cuentan todos los detalles que necesitamos saber y responden pacientemente a todas nuestras preguntas. Sin rodeos, sin promesas ni pronósticos, pero con todo el tacto necesario en una situación así. De verdad que no hay palabras para agradecer todo lo que están haciendo por mi padre y por nosotros.

Al marcharnos de allí, paradójicamente, me siento mejor. Me siento en paz. Por fin he puesto imagen a la situación que llevo dos meses imaginándome. No es buena, no me gusta nada, pero es algo. Sé lo que hay. Aunque nos vamos con una duda a la que nadie puede respondernos: No sabemos si, en realidad, hemos ido al hospital a despedirnos.

(La música termina.)

Hace tiempo descubrí que cuando estoy nervioso tiendo a canturrear. A refugiarme en la música.

(Se escucha una radio sintonizando.)

Hace 13 años, cuando mi padre me contó que mi abuelo había muerto, lo primero que hice fue encender la radio. Poner música. Nunca se me olvidará. La canción que sonó no pudo estar mejor elegida.

(Se escucha entre las interferencias una canción: «Flames to dust / Lovers to friends / Why do all good things come to and end? / Flames to dust / Lovers to friends / Why do all good things come to and end?»)

All Good Things Come to An End, de Nelly Furtado. Todas las cosas buenas llegan a su final. Todas. También lo de encender la radio para escuchar qué música están poniendo.

(Apagamos la radio.)

Ahora podemos elegirla directamente en el móvil. La que queramos. Aquella noche, sin poder dormir, estuve horas escuchando canciones que tenía guardadas en el teléfono desde hacía años. Y redescubrí una que casi, casi no recordaba ya.

(Escuchamos la canción «Mi Lugar Sin Ti», de Marcos Cao.)

Porque siempre hay una canción que parece escrita para cada estado de ánimo. Para cada situación. Y ya sea encendiendo la radio en el momento oportuno, o poniendo música antigua aleatoria en un reproductor… Parece que esa canción te está esperando sin que tengas que ir a buscarla.

(Escuchamos la canción «Mi Lugar Sin Ti», de Marcos Cao: «No hallaré una luz sin sombras / No busco un salvoconducto / Que me alivie ni un minuto / De dolor.»)

No sé cómo será la nueva normalidad. No sé dónde podré encontrar la luz entre tanta sombra. En el móvil de mi padre leo a sus amigos de las motos diciendo que mientras hay vida hay esperanza. Y han empezado a mandarse fotos de mi padre unos a otros. Ya sabéis: Las fotos del reportero Izuzquiza.

Seguiré esperando. Seguiré creyendo. Seguiré buscando.

(Escuchamos la canción «Mi Lugar Sin Ti», de Marcos Cao: «Y te seguiré sin preguntar / Hasta que ya no quede luz / Te buscaré en la oscuridad / Y encontraré tu mano / Cuando vuelvas a dudar / Te esperaré en la eternidad / En la sonrisa y el dolor / Me es imposible imaginar / Mi lugar sin ti / Mi lugar sin ti.»)

Hay mucha gente pasándolo muy mal ahí fuera, y ayudarles está en nuestra mano. Es tan sencillo como enviar un mensaje de texto con la palabra AYUDA al 28092, y así donaremos 1.20 euros a Cruz Roja Española. Si todos hacemos este pequeño gesto, conseguiremos algo muy grande.

Buscando Una Luz está diseñado y editado por Alberto Espinosa, y escrito y locutado por mí, Francisco Izuzquiza. Gracias por escuchar esta historia.