Capítulo 2: Urgencias


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Guión del Capítulo 2 – Urgencias:

Mi padre, Javier, es un hombre feliz. Sorprendentemente feliz. Nunca olvidaré el siguiente momento.

(Escuchamos a niños jugando.)

Tras casi 20 años viviendo en el piso donde mis tres hermanas y yo nos criamos, mis padres consiguieron comprar la casa que siempre habían querido. Yo tenía dieciocho años cuando, terminada la reforma, pude ir a ver nuestro nuevo hogar por primera vez.

(Suena música.)

Una señora casa. La casa de los sueños de cualquier familia. La casa de los sueños de mis padres, felices por poder mostrarla a familiares y amigos. ¿Qué os haría más ilusión enseñar si vosotros fuerais los anfitriones allí? ¿Qué sería? Pensadlo. Seguro que ninguno habéis escogido lo que mi padre estuvo muy orgulloso de mostrarme una y otra vez.

Los rodapiés. No sé por qué, le hacía muy feliz enseñarme los rodapiés de su nueva y gran casa. Los-rodapiés. Mi padre, Javier, es un hombre feliz. Sorprendentemente feliz.

(Suena la sintonía del podcast.)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y estoy Buscando Una Luz.

(Termina la sintonía.)

El 26 de marzo de 2020, cuando supe que a mi padre le habían llevado al hospital, le escribí un whatsapp:

(Tecleamos en Whatsapp.)

¿Cómo estás? Su respuesta:

(Recibimos un mensaje.)

Perfecto.

(Recibimos un mensaje.)

No vengas.

(Recibimos un mensaje.)

Lleno de infectados.

(Se nos acaba la batería.)

Un consejo: Si os ingresan en Urgencias, llevad cargador de móvil. Los mensajes llegan rápido y las baterías duran poco.

(Escuchamos a Fernando Simón: «Seguimos teniendo un problema importante con la saturación de nuestras unidades de cuidados intensivos. Los pacientes que se infectan hoy van a tener necesidad de una cama en una unidad de cuidados intensivos dentro de 7 a 10 días, e incluso puede que un poco más tarde.)

(Escuchamos ambiente de calle y pájaros piando.)

El 27 de marzo de 2020, en plena crecida del número de ingresos en los hospitales de Madrid, fui a llevar una bolsa a mi padre con, entre otras cosas, un cargador de móvil. Aquello fue como viajar a Chernobil metido en un taxi. Mira, ahí viene uno libre.

(Un coche para, abrimos la puerta, nos metemos dentro y cerramos la puerta.)

(Pensando.) No sé si debía haber tocado el abridor de la puerta con las manos. Bueno, no toques nada que no debas y todo irá bien. Mierda, se me caen las gafas. ¿Puedo tocarme las gafas? No me queda otro remedio.

El conductor me cuenta que apenas tiene trabajo estos días y que su hija trabaja de enfermera en el hospital de Torrejón. Pobres, qué mal lo deben estar pasando.

(Pensando.) Ay, ahora me pica la cara. ¿Por qué me tiene que picar la cara justo ahora? Bueno, ya hemos llegado.

Es aquí, gracias.

(El coche se detiene, salimos y cerramos la puerta. El coche se marcha.)

(Suena música.)

En la recepción de Urgencias se respira una calma tensa. Algunos trabajadores descansan apoyados en la pared. Uno de ellos ha salido a fumar. Ninguno habla.

En la zona de espera, dos mujeres me miran sin decir palabra. Rompo el silencio para contarle a la enfermera del mostrador que vengo a traerle cosas a mi padre. Me cuesta mucho escucharla entre los dos metros de distancia obligatorios y el cristal que nos separa. Cuando por fin consigo entenderla, un chico entra corriendo como en las películas.

(Se acercan pasos, corriendo, y una persona gritando.)

“¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Un médico! ¡Traigo a una persona que no puede respirar!”

Tras él, otro hombre empuja una silla de ruedas en la que una mujer más o menos de mi edad hace unos esfuerzos tremendos para poder respirar. Cuatro o cinco sanitarios se arremolinan a su alrededor y le ponen una mascarilla con oxígeno. Le piden que se calme y respire con normalidad. La imagen es realmente impactante.

Será mejor que me marche de aquí.

(La música termina.)

(Escuchamos a Pedro Sánchez: «Les anuncio que el Gobierno de España aprobará mañana, en un Consejo de Ministros extraordinario, una medida excepcional. Todos los trabajadores de actividades no esenciales, repito, todos los trabajadores de actividades no esenciales deberán quedarse en casa durante las próximas dos semanas, como hacen durante el fin de semana.»)

En aquellas fechas, los días caen como losas, con aproximadamente 800 muertos cada jornada. Al hospital de campaña de IFEMA se unen las morgues en el Palacio de Hielo de Hortaleza y la Ciudad de la Justicia de Valdebebas. Los hospitales y las funerarias ya no dan abasto.

Mi padre pasa de Urgencias a planta. Parece que su situación sí se estabiliza.

(Suena música.)

La siguiente semana es más o menos tranquila para nosotros. Una de las cosas más curiosas de los enfermos por coronavirus es que no pueden recibir visitas. En los medios se escuchan y ven cada día historias terribles de personas que han fallecido solas, o que en el mejor de los casos han podido despedirse de los suyos por videoconferencia. No me lo quiero ni imaginar.

(Escuchamos una nota de voz de mi hermana Patricia: «A ver… Hemos hablado con papá. Se le entiende muy mal, tiene la mascarilla de oxígeno puesta, tiene la boca seca como una patata. No le dejan lavarse los dientes porque no le dejan levantarse. Y nada, está muy enfadado. Que no le dejan habitación todavía, que él quiere una habitación para poder levantarse, ir al baño y lavarse los dientes, que es su única preocupación. Eso es lo que sabemos. Porque entendíamos fatal lo que decía. Ha pedido por favor que no le llame nadie, que le está llamando todo el mundo y tiene el móvil saturado. Y nada más.»)

(Termina la música.)

La llegada de abril parece empezar a cambiar las cosas. Hemos pasado el cambio de hora más raro de nuestras vidas, metidos en casa. Yo siempre he sido más de horario de verano. Cuanto más tarde anochezca, mejor.

(Sintonizamos la radio.)

(Escuchamos a Fernando Simón: «De hecho, las tendencias, de acuerdo a los análisis de inflexión de la curva, que son análisis estadísticos que permiten valorar cambios en esa evolución…»).

Pero el cambio realmente importante es que ya se empieza a hablar, por fin, de que hemos «llegado al pico» y que estamos «doblegando la curva». El pico y la curva. Todos hablando del pico y la curva. Hay que ver cómo puede cambiar la vida en quince días. Estoy cansado de tantas noticias.

(Escuchamos de fondo la música del videojuego Animal Crossing.)

Me voy a poner la tele. Ah no, mi novia está jugando al Animal Crossing. Medio mundo está como loco con el Animal Crossing. En fin, voy a mirar el móvil.

(Desaparece la música.)

1 de abril de 2020 a las 23 horas 35 minutos. Nunca olvidaré este día y esta hora. Mensaje de Whatsapp de mi padre.

(Recibimos un mensaje.)

Creo que no aguanto.

(Recibimos un mensaje.)

Todo falla.

(Suena una música muy ligera.)

¿Qué haces cuando tu padre te escribe por Whatsapp diciendo que se muere? Si entrar en pánico es una opción válida, apuntadme a ella. Como mi padre no contestaba, empecé a llamar al teléfono del Hospital para intentar hablar con alguien.

(Marcamos un teléfono. A los dos tonos, una mujer responde: «¿Urgencias?»)

Un hospital casi a medianoche es un agujero negro donde nadie sabe decirte nada. Me pasaron de Urgencias a información, de información a Urgencias, de Urgencias a no sé dónde y en no sé dónde me respondieron que estaba prohibido pasar llamadas.

(La llamada se corta.)

Mierda. Lo único que me quedaba era llamar al móvil de mi padre y esperar a que alguien lo cogiera.

(Suenan tres tonos de llamada de teléfono. Descuelgan.)

Lo cogio él. Bueno, él o su propio abuelo, no lo sé. Esa no era su voz. Era la de un señor mayor a punto de irse al otro barrio. Pero sí, era mi padre. Me dijo que estaba bien. Que sólo había sido un susto.

(Cuelgan el teléfono.)

(La música termina.)

Hace tiempo descubrí que cuando estoy nervioso tiendo a canturrear. A refugiarme en la música. Y aquel día busqué luz en la música de mi adolescencia. Ah, y comprobé que cuando me pongo tan nervioso como aquella noche, tirito. Tiemblo. Pasadme una manta, por favor.

(Suena «Wonderful, de Everclear.)

El 2 de abril a las 17.08, mi padre me contestó al Whatsapp por última vez. “Estoy mejor, pero no sé”. Aquel día no recibimos llamada de los médicos.

El 3 de abril tampoco supimos nada de él hasta bien entrada la tarde. Mi madre y yo llamamos cada uno al hospital para preguntar por novedades. A mí me dijeron que le habían cambiado de planta y ello podía llevar a no recibir información durante uno o dos días. Cuando llamé a mi madre para contárselo y tranquilizarla, ella añadió algo a lo que me habían dicho: Sí, le habían cambiado de planta. Le habían llevado a la UCI. Desde el 2 de abril por la tarde, mi padre estaba en la UCI sedado e intubado.

Mi padre, Javier, es un hombre feliz. Sorprendentemente feliz. Pero se le había olvidado enseñarnos cómo serlo en un momento como este.

(Continúa la música: «I just want my life to be the same, just like it used to be / Some days I hate everything / I hate everything / Everyone and everything / Please, don’t tell me everything is wonderful now.»)

“Hay días en los que odio todo.
Odio todo.
A todo y a todos.
Por favor, no me digas que todo es maravilloso ahora”.

(Continúa la música: «No / Please don’t tell me everything is wonderful now.»)

Ahí fuera hay gente que lo está pasando muy mal con toda esta situación, y ayudarles es muy sencillo. Es tan fácil como enviar un SMS con la palabra AYUDA al 28092, y así donaremos así 1.20 euros a Cruz Roja Española. Y si todos hacemos esto, conseguiremos algo grande.

(Continúa la música: «No / Please don’t tell me everything is wonderful now.»)

Buscando Una Luz está diseñado y editado por Alberto Espinosa, y escrito y locutado por mí, Francisco Izuzquiza. Gracias por escuchar esta historia.

(La música termina.)