Capítulo 1: Coronavirus


Puedes suscribirte a Buscando Una Luz en Podium Podcast, Spotify, Apple Podcasts, iVoox, o en tu reproductor de podcasts favorito.


Guión del Capítulo 1 – Coronavirus:

Casi todo el mundo me conoce como Fran. Francisco.

Casi todo el mundo.

En casa, en mi familia, mi nombre es Javier.

(Estamos en el comedor de una casa. Escuchamos cómo la familia pone la mesa mientras de fondo suena la televisión.)

No recuerdo cuándo escogí uno de mis dos nombres, pero sí el motivo. Supongo que es algo que ocurre en todas las familias con nombres heredados de padres a hijos.

(Suena el teléfono. Un niño responde: «¿Sí, dígame?»)

Cada vez que alguien llamaba preguntando por “Javier”, la respuesta era automática:

(El niño pregunta: «¿Padre o hijo?»)

Si una carta llegaba a nombre de Francisco Javier Izuzquiza, sin segundo apellido, podía ser abierta por cualquiera de los dos. Y no es que me importara demasiado, pero todo esto dio lugar a alguna confusión curiosa.

Así que decidí que, de puertas afuera, si mi padre era Javier, a mí me llamarían Fran. Y así ha sido desde entonces.

(Escuchamos la sintonía de Buscando Una Luz.)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y estoy Buscando Una Luz.

(La sintonía termina y enlaza con la canción «Caballo de Batalla» de Juan Pardo.)

Siento decir esto, pero… Nunca he podido con la música de Juan Pardo. Y tiene una explicación.

(La música continúa sonando, pero ahora de fondo en el interior de un coche. Estamos viajando en el vehículo.)

Su disco “Caballo de Batalla” sonaba una y otra vez en nuestro coche familiar cuando salíamos fuera de Madrid. Especialmente cada verano, en el camino de ida y vuelta a nuestras vacaciones cerca de Estepona, Málaga. De estas canciones que se te pegan en la cabeza aunque no quieras.

(Suena el estribillo de la canción y empiezo a canturrearlo por encima.)

Caballo que te acercas a mi yegua, porque vienes pateando, porque llamas su atención…

(La música continúa: «Me sabes algo viejo y ya cansado, provocando en tu galope a este pobre corazón.)

Si había que elegir entre el escaso repertorio de casettes del coche, yo votaba quitar Juan Pardo.

(Pulsamos el botón de «stop» del radiocassette. La música para. Empezamos a rebuscar entre las cintas de la guantera.)

Entre las opciones disponibles, me quedaba con la música de mi padre. Y gracias a estos viajes, tengo una canción de John Denver grabada en la mente desde pequeño.

(Sacamos una cinta y pulsamos «play». Comienza a sonar «Countryroads, Take Me Home» de John Denver. La música sale del coche para escucharse en primer plano.)

Mi padre, Javier, es un enamorado de la música country. En casa todavía quedan algunos de sus vinilos. Y estoy seguro de que, a poco que busquemos, encontraremos los cassettes que sonaban una y otra vez en nuestro coche.

(Llegamos al estribillo de la canción: «Country roads / Take me Home / To the Place / I belong / West Virginia / Mountain Momma / Take Me Home / Country Roads».)

Una de sus grandes pasiones en los últimos años es buscar canciones de sus intérpretes favoritos. Versiones imposibles de grandes del country que acaban en los CDs que sigue grabando y regalando a sus amigos. John Denver, Marty Robbins…

(Suena «El Paso» de Marty Robbins.)

Tammy Wynette, Patsy Cline…

(Suena «I Fall To Pieces» de Patsy Cline.)

Y, el nombre que más recuerdo oírle mencionar: Jim Reeves.

(Suena «According To My Heart» de Jim Reeeves.)

No es raro llegar a casa y encontrar a mi padre escuchando esta música, bien en el moderno tocadiscos con CD y MP3 que mi madre le regaló hace unos años, bien en su discman (sí, en su discman) con la tapa rota que conecta a unos altavoces pequeños que suenan… de aquella manera.

“Chiqui, chiqui, mira qué canción he encontrado en Youtube”. Y aunque yo no entiendo mucho de todo esto, es difícil decir “no” a alguien que se encuentra en pleno estado de felicidad. Porque así es mi padre: Feliz. Feliz con las pequeñas cosas de la vida. Aunque tengan la tapa rota y suenen de aquella manera. Algo de lo que todos, supongo, podríamos aprender.

(Sintonizamos una radio. Suenan las noticias, con un boletín sobre el número de víctimas recientes por coronavirus.)

El año 2020 llegó con una palabra que fue entrando poco a poco en nuestras vidas hasta cambiarlas por completo: Coronavirus. Algo que en un principio nos sonaba a chino y que fue acercándose a nosotros hasta llegar a nuestros países, nuestras ciudades, nuestros vecindarios.

(Apagamos la radio.)

Tanto se acercó, que nos cansamos de escuchar sobre él muy pronto.

(Escuchamos ambiente de tráfico en la calle. Una ambulancia pasa a nuestro lado.)

El coronavirus no era para tanto. Era una gripe muy contagiosa que te dejaba unos días en cama, con tos, fiebre y dolor por todo el cuerpo, que no tenía tratamiento ni vacuna pero que no pasaba de ahí. Era eso, como una gripe. Sí, había casos graves y algunos fallecidos, pero era gente mayor que podía haber muerto de coronavirus como de cualquier otra cosa. No era para tanto.

(Empiezan a sonar whatsapps y correos en el móvil.)

De hecho, era más una molestia que otra cosa: ¿Por qué están cancelando tantos eventos? De verdad, ¿no se nos está yendo un poco la cabeza con todo esto? A nosotros, en mi empresa, ya nos han cancelado varias grabaciones por este tema. A ver si todo esto pasa pronto y vuelve el sentido común, de verdad. Qué histeria. Y encima no sé dónde he dejado las llaves. A ver… Ah, mira, aquí están.

(Sacamos las llaves del bolsillo y abrimos la cerradura del portal de mi casa. Entramos y subimos las escaleras.)

Mi padre, Javier, trabaja gestionando pisos en alquiler, algunos de los cuales están en el mismo edificio donde vivo desde hace más de un año. Como yo soy autónomo y teletrabajo bastante desde hace un tiempo, es habitual que nos encontremos cualquier día, charlemos un rato en casa y me invite a tomar el aperitivo en algún bar de la zona. Pero esto es secreto. Que no se entere mi madre.

(Suena música.)

El viernes 13 de marzo de 2020 fue uno de esos días. Mi padre entró en mi casa diciendo, literalmente, “estoy acojonao”. “Hablan tanto del virus que ya me da miedo cogerlo en cualquier sitio y ponerme malísimo”. Adivinad cuál fue mi respuesta. Algo así como “No te preocupes, papá. Si sólo es una gripe”.

(Unos segundos de pausa.)

(Declaración del Estado de Alarma por parte de Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno: «Buenas tardes, estamos compatriotas. En el día de hoy acabo de comunicar el Jefe del Estado la celebración, mañana, de un Consejo de Ministros extraordinario para decretar el Estado de Alarma en todo nuestro país, en toda España.»)

No sé si tengo futuro en la radio, pero como adivino, seguro que no. Apenas al día siguiente de esta conversación, el Gobierno decretaba el estado de alarma y nos confinaba a todos los españoles a quince días encerrados en nuestras casas. ¡Quince días metidos en casa! ¿Qué vamos a hacer durante todo este tiempo? ¿Nos compramos una bicicleta estática? ¿Tenemos papel higiénico para tantos días? Y latas, ¿tenemos latas de comida?

(Suena música.)

En aquellos días, la preocupación de mi padre era otra. Tenía un piso vacío que dejar listo para alquilar, y una firma en el notario que llevaba semanas preparando. No tuvo más remedio que aceptar a regañadientes que se tenía que quedar en casa y dejar todo eso para más adelante. Total, quince días no van a ningún lado, pero él es así. No puede quedarse quieto. A sus 66 años, ha elegido seguir trabajando porque, sinceramente, no creo que sepa estar jubilado.

(Desaparece la música.)

Quince días en casita, descansando, y pasando las toses y los estornudos de la alergia que cada primavera se empeña en negar. No suena a mal plan para la mayoría. Para él… Mejor ni pensarlo.

(Escuchamos el tic tac de un reloj.)

Quince días. Sólo quince días. A ver qué ponen en la tele.

(Declaración de Pedro Sánchez: «En los próximos días aprobaremos ampliar el Estado de Alarma en todo el territorio nacional por otros quince días.»)

Bueno… Quizá sea un poco más.

(El tic tac del reloj se para.)

(Una pequeña pausa.)

(Escuchamos ambiente tranquilo de calle. Suenan pájaros y algún coche.)

Cada uno pasa el confinamiento de la mejor manera posible. Escuchando música, agotando todo el catálogo de Netflix, saliendo a la ventana o al balcón a ver la vida pasar…

…Yo, la verdad, me he centrado en trabajar. Total, mi vida laboral no ha cambiado tanto. Grabamos los podcasts desde casa, eso es lo único que ha cambiado. Echo de menos salir a tomar algo y ver a los amigos, a la familia, pero bueno, podríamos estar peor. Mira la cantidad de gente que está en el hospital. Pobres.

(Abro una lata y me pongo refresco en un vaso.)

Mi hermana mediana, que está embarazada, y su marido dicen que llevan un par de días sin gusto ni olfato. Creen que han pillado el coronavirus, pero no ha sido gran cosa. Si al final va a ser verdad que es como una gripe. O menos. En fin. Voy a llamar a casa a ver qué tal están.

(Marcamos números en el teléfono y suena el tono de línea. Escuchamos latir un corazón.)

24 de marzo de 2020.

(Tono)

Mi madre tiene fiebre y dolores desde hace unos días.

(Tono)

No ha contado nada por no preocuparnos.

(Tono)

25 de marzo de 2020.

(Tono)

Mi madre sigue igual. Mi padre tiene bastante tos…

(Tono)

…Y yo empiezo a estar acojonado.

(El latido del corazón se acelera.)

(Tono)

26 de marzo de 2020.

(Tono)

Mi padre empeora. Se lo llevan al hospital.

(La llamada se corta y el latido se detiene.)

Hace tiempo descubrí que cuando estoy nervioso tiendo a canturrear.

(Comieza a sonar de fondo «Countryroads, Take Me Home» de John Denver.)

A refugiarme en la música. Y supongo que en una situación oscura, es normal buscar luz en la música de la infancia.

(La canción dice «I hear her voice / In the morning hour she calls me». Empiezo a traducir.)

“La radio me recuerda a mi casa, lejos,
Y conduciendo por la carretera, tengo la sensación
de que debería haber estado en casa ayer”.

(La música continúa: «Country roads / Take me home / To the place / I belong / West Virginia / Mountain Momma / Take me Home / Country roads.»)

Ahí fuera hay gente que lo está pasando muy mal, y ayudarles está en nuestra mano. Es tan sencillo como enviar un SMS con la palabra AYUDA al 28092, y así donaremos 1.20 euros a Cruz Roja Española. Si todos hacemos este pequeño gesto, conseguiremos algo muy grande.

Buscando Una Luz está diseñado y editado por Alberto Espinosa, y escrito y locutado por mí, Francisco Izuzquiza. Gracias, de verdad, por escuchar esta historia.

(La canción termina.)