Epílogo


Puedes suscribirte a Buscando Una Luz en Podium Podcast, Spotify, Apple Podcasts, iVoox, o en tu reproductor de podcasts favorito.


Guión del Epílogo:

Querida Nena Nena Luz: La vida es un camino maravilloso. Aunque a veces se empeñe en ponernos zancadillas.

(Escuchamos la canción All Together Now de OK GO: “It’s all still the same / Everything’s untouched but forever changed / Oh we’re all still the same / Everything’s untouched but forever changed”)

Mi nombre es Francisco Izuzquiza… Y este es el epílogo de Buscando Una Luz.

(La música continúa.)

No sé bien por dónde empezar esta carta. Hemos llorado mucho estos últimos días, estas últimas semanas. ¿Y sabes quién fue el primero? Tu abuelo. Mi padre. Javier. Cuando supo que habías llegado a este mundo, y aún estando bajo los efectos de la sedación, algo dormido, lloró. Lloró al saber que ya estabas aquí.

(Se escucha a la pequeña Luz en el sonido de un vídeo.)

Cuando leas o escuches esta carta ya serás diferente. Ya serás mayor que el bebé tranquilo y gordote que eres ahora mismo. Estoy deseando ver cómo creces. Te queda todo, todo por delante.

(Escuchamos el sonido ambiente de la UCI.)

A tu abuelo le quedaba mucho por delante también. Además de lo que le faltase en la UCI y después en planta, calculábamos que podía enfrentarse a un año de rehabilitación tras salir del hospital. Pero sus perspectivas eran razonablemente buenas: De todas las consecuencias que su enfermedad podría haber tenido, parecía que apenas iba a tener secuelas. Iba a ser un milagro.

(Mi madre: «Javier, ¿te has dormido? ¡Hijo, por Dios! A ver…»
Javier: «Jesús, pero no me deis la lata. A mí preparadme unas cervezas y la piscinita con agua caliente, y dejadme de rollos. Venga, por favor. Ya somos mayorcitos.»)

Tuvo días mejores y peores. Se cansaba, se enfadaba, se desorientaba… Cuatro meses metido en el hospital, viendo siempre las mismas cuatro paredes, derrotan hasta al más fuerte. Incluso a él. Pero… ¿Sabes qué?

(Se escucha de nuevo a la pequeña Luz con el sonido del vídeo, de fondo.)

Daba igual cómo se encontrase de mal, que cuando le poníamos una foto o un vídeo tuyo se venía arriba. Se le olvidaba todo lo que le estaba pasando y solo tenía ojos para ti. Para su Nena Nena Luz.

(Desaparecen todos los sonidos.)

Ya he contado antes que tu abuelo era muy feliz con las pequeñas cosas de la vida. Yo me preguntaba si seguiría siendo igual después de dos meses en coma. Y nada cambió en él. Cuando recuperó el olfato, pedía que le pusiéramos colonia cada ratito, diciendo “me encanta, me encanta, me encanta” cuando empezaba a olerla. Cuando pudo empezar a beber, nada le hacía más feliz que un vaso de agua bien fría, con hielo, como si no hubiera tomado uno en su vida. Y los yogures de coco. Más aún, especialmente, el helado de coco. En cuanto se lo mencionábamos, abría muchísimo los ojos y se relamía una y otra vez. Eso, y tú, le hacíais muy feliz.

(Escuchamos la sintonía original de «Buscando Una Luz».)

También le hizo feliz escuchar este relato. Este podcast. “Ponme lo de las manos”, me decía. Lo escuchaba una y otra vez, intentando comprender todo lo que había pasado durante su ausencia. Y lo resumía siempre con la misma frase: “Es una película de terror”. Le encantó verse en los periódicos que se hicieron eco de su historia. Preguntaba, entre bromas, qué había dicho la prensa hoy sobre él. Y se maravilló al saber que los pacientes que recibían el alta en la UCI después de mucho tiempo, como su caso, salían en el telediario entre aplausos de los sanitarios que les habían cuidado. Cuando lo supo y le pregunté si él quería salir, sus ojos se abrieron como platos y dijo “sisisisisisisi”. Ese puntito vanidoso yo no lo conocía. Pero se lo había ganado con creces.

(Escuchamos de nuevo All Together Now de OK GO: «Nothing changes until one day it does / And there’s no going back».)

Si las pequeñas cosas de la vida eran importantes para él, una de ellas nos cambió el curso de la historia para siempre. Nosotros ya hablábamos con él de su próxima salida a planta, de su recuperación… Cuando llegó una infección en la vesícula biliar. Dime una cosa, Luz: ¿Sabes tú dónde está la vesícula? Que no te extrañe, yo tampoco lo sabía. No es algo preocupante, se puede vivir sin ella. Te la extirpan y listo. A él le daba mucho miedo… Pero es que a tu abuelo nunca le habían operado antes. No era para tanto.

(Escuchamos música, una guitarra.)

No era para tanto… ¿Cuándo he dicho yo esto antes? Me equivoqué entonces. Y me volví a equivocar con esto. Si situación se complicó de manera inesperada. Su primera operación fue el martes 14 de julio de 2020, tras 111 días de hospital. Todo había salido bien. Pero en torno al fin de semana siguiente aparecieron las complicaciones. Otra infección. Una peritonitis. El miércoles 22 de julio le volvieron a operar de urgencia al mediodía. No quedaba más que esperar.

Cuando fui por la tarde a visitarle, pedí hablar con la doctora para conocer su estado. Fue muy directa y clara. «Tu padre no mejora. Lo hemos intentado todo. Antibióticos, diálisis, respirador, oxígeno al 100%… Todo. Y no remonta. No hay más que hacer. Será cuestión de horas.» No iba a haber milagro.

«Deberías llamar a tu madre.»

(La música termina.)

Querida Luz, a partir de ese momento confundo los recuerdos, las horas y los días. Nadie está preparado para recibir una noticia así. Y tampoco para tener que contarla. A mi madre, a mis hermanas, a toda la familia. Allí nos juntamos en el hospital para despedirnos de él. Para estar con él. De nuevo, una vez más, los médicos se portaron maravillosamente acompañándonos y apoyándonos en todo momento, pendientes de nosotros y de cualquier cosa que pudiéramos necesitar. Yo sólo quería darme una ducha. Así que me fui a casa para volver después y estar allí con mi madre durante la noche. No le íbamos a dejar ni un segundo solo.

(Escuchamos ambiente de calle. Pasos y algo de tráfico.)

Volví al hospital cerca ya de medianoche, caminando, para despejar un poco mi cabeza. Sí recuerdo un detalle que me llamó la atención.

(Escuchamos el sonido de una terraza de bar: Gente hablando, movimiento de cubiertos, y una trompeta de fondo.)

De camino, en la terraza de un bar había alguien tocando una trompeta. Me sorprendió porque era ya muy tarde. Y volvió a ocurrir lo mismo que con la muerte de mi abuelo: Pareció que alguien había escogido la canción a propósito. Estaba tocando My Way, de Frank Sinatra. Curiosamente, el cantante favorito de mi abuelo.

(Escuchamos My Way, de Frank Sinatra: «And now / The end is near / And so I face / The final curtain…»)

Junto a él en la habitación de la UCI, allí pasamos la noche mi madre y yo. Sin saber bien qué hacer, cómo reaccionar, cómo estar allí. Yo me dormía por momentos, pero no quería irme de allí. No podía irme de allí. Estuvimos hablando y llorando toda la noche. Sobre cómo había sido la vida con él y sobre cómo sería a partir de entonces. De la suerte que habíamos tenido y de lo que le íbamos a echar de menos. Y de cómo peleaba. De cómo intentaba aferrarse a la vida. Nos ha dado una lección increíble. Porque, por si no lo sabías, Javier era una persona increíble.

(Pausa).

Querida Luz, tu abuelo se marchó tranquilo, dormido, apagándose lentamente. Acompañado hasta el último momento. Hasta cerca de las 10 de la mañana del 23 de julio de 2020. Hasta que su corazón dejó de latir después de 120 días de hospital. Y, por supuesto, como no podía ser de otra manera… Se marchó escuchando música. Escuchando country. Ya sabes. Escuchando a Jim Reeves.

(Escuchamos Take My Hand, Precious Lord de Jim Reeves: “When my way groweth drear / Precious Lord, linger near / When my light is almost gone”.)

Esta es la canción que mi madre, tu abuela, eligió para la despedida final. Take my Hand, Precious Lord, de Jim Reeves. No pudo haber mejor sonido para un momento así.

(La canción continúa: “Precious Lord, take my hand / Lead me on, let me stand / I am tired, I am weak, I am worn / Through the storm, through the night / Lead me on to the light / Take my hand, precious Lord / Lead me home”.)

Durante los últimos días varias personas me han preguntado, nos han preguntado, cómo estoy, cómo estamos, y luego han añadido “vaya pregunta tan obvia”. No me lo parece tanto. Todos sabemos, todos imaginamos, que es muy doloroso perder a alguien tan cercano, pero yo no sabía que lo era tanto. Me duele pensar en él. Me duele recordarle. Me duele olvidarle. Me duele dormir. Me duele soñar. Me duele mucho despertar. Me duele su muerte. Me duele vivir.

Pero hay que seguir adelante. La vida continúa. No hay otro remedio. Por delante vendrán muchas cosas buenas, y seguro que tú eres responsable de buena parte de ellas. Estoy deseando vivirlas y contárselas a tu abuelo. No lo puedo evitar, lo siento, van del locutor Izuzquiza al reportero Izuzquiza.

Querida Luz, tu abuelo era un tipo genial que estaba deseando verte. Te habría encantado conocerle, de verdad. Pero tienes mucha gente maravillosa alrededor cuidando de ti, y a él allá donde esté vigilando que no te pase nada. Ojalá admires y quieras tanto a tus padres como yo admiro y quiero a los míos.

Hasta siempre, Papá, nos va a faltar vida para echarte de menos.

(La música termina: «Take my hand, precious Lord / Lead me home.»)

Tu abuelo luchó hasta el último minuto para quedarse con nosotros. ¿Y sabes qué? Incluso más allá del momento de su muerte. Él no quería marcharse. Pero una vez fallecido… Llegó el milagro.

(Suena de nuevo All Together Now de OK Go: «All together now, all together now, all together alone in the chrysalis / We’re all together now, all together now, all together alone in the chrysalis«.)

Después del entierro, puse la noticia de su marcha en redes sociales porque hay mucha gente que ha conocido a tu abuelo por este podcast, y conté la ilusión que le hacía salir entre aplausos en el telediario.

Y ocurrió la magia. Miles de personas leyeron el mensaje y comenzaron a aplaudirle en la distancia, con sus mensajes en Internet. Miles de personas. Imagínatelo. Familiares, amigos, conocidos, y gente que no le había visto nunca. Todos aplaudiendo por él. Desde todas partes del mundo. Y con sus aplausos, con sus mensajes, consiguieron lo que él tanto quería: Tu abuelo, mi padre, Javier, salió en la tele. En su Telediario.

(Escuchamos el telediario de Televisión Española. Habla mi madre: «Hemos tenido la oportunidad de cuidarle y de demostrarle todo lo que le queríamos.» Habla Rosa Correa: «Afónica, su mujer nos cuenta que hace un mes Javier pudo conocer a su nieta. Luz, se llama. Con esa luz Francisco escribirá el último capítulo de su podcast, el de la despedida. Javier quería salir en el telediario entre aplausos, el día de su alta. Aquí van esos aplausos.»)

(Se escuchan aplausos.)

Querida Luz: La vida es un camino maravilloso.

Es la bomba. Es la hostia.

Aunque a veces se empeña en ponernos zancadillas.

Y en esos momentos, como dijo e hizo tu abuelo, mi padre, Javier: Hay que luchar… Hasta el final.

(Termina la música: «We’re all together alone».)